Hola, soy nuevo acá, ¿me puedes decir dónde queda tu departamento? No, está bien. Podría sacarte -al menos- de mi sucia lista de fantasías si quieres. Que linda sonrisa.
Te propongo algo, mátame si no te sirvo, pero primero pruébame. Me preguntas qué sé hacer. Muy sencillo, puedo besar romántica, apasionada y dulcemente tus labios hasta llegar a tu boca.
Espera… no te enojes. ¿Cómo te llamas?
Que nombre tan sensual. Sabes, ayer perdí mi número de teléfono, ¿me das el tuyo?
No creas que busco algo momentáneo, quiero algo formal, es más me interesa conocer a tu familia. ¿Tu papa ya está grande? ¡Sí, que bien! ¿Tienes hijos? Entonces ¿Vas a dejar jugar a tu chiquito con mi mocoso, verdad?
Mónica Galindo de Aguilar, te marco, para ver si el viernes salimos a comer. Conozco un lugar donde sirven chile pasilla relleno de requesón, que hasta los dedos te chuparás.
Antes de la partida de la hermosa dama, él se aventuró a decir: “chulada… si amas a Dios que murió por tanta gente, ¿por qué no me amas a mí que me muero por ti solamente? Al oír estas palabras, ella suspiró y meció sus caderas diciendo adios con su cuerpo.
Mientras Mónica se alejaba; él, Jaime Costecho, caminó con una sonrisa pícara dibujada en su rostro hasta llegar al puesto de comida donde veía pasar todas las mañanas a sus “presas”. Como era su costumbre, dijo al cocinero: “Carnalito, ya nada más discútete unos chescos, porque ya tengo la torta”.
-¿Cómo?, pregunto el locatario, a la vez que soltaba la carcajada…